Washington D.C., enero 20/21.- En un escenario prácticamente vacío y sin la algarabía ni los aplausos entusiastas de sus seguidores triunfantes, por primera vez un presidente norteamericano toma posesión enarbolando un discurso de humildad y reflexión obligado por las bochornosas circunstancias ocasionadas por un ex mandatario vergonzoso que asumió el poder para sí y sus intereses, afectando de manera grave la institucionalidad y la democracia de un país que siempre estuvo orgulloso de esto.
Y como en un minucioso libreto de teatro clásico, el protagonista para hacerlo no pudo ser más perfecto que Joe Biden, el político más conciliador de los Estados Unidos que se enfrentó con inteligencia, carácter y mucho nervio a un candidato-presidente patán, arrogante y matón.
Entonces, y por vez primera en su historia, Estados Unidos metió al congelador el discurso de país poderoso comprometido con las causas universales más ambiciosas que llenaba de promesas posibles a un pueblo acostumbrado a ser los primeros en todo.
Con su discurso de grandeza archivado por las circunstancias políticas a las que los llevó su antecesor, Biden recurrió al compromiso y a la fortaleza moral de una nación que entendió con claridad absoluta que su país estaba en peligro y usó la democracia para apoyar con sus votos una propuesta de redención nacional.
Las palabras del discurso resonaban en esa enorme nación cuando recordó con sentimientos encontrados el sedicioso asalto al capitolio nacional, nido de la libertad pisoteado de la peor manera por una turba de exacerbados racistas lanzados a la locura por el torpe mandatario saliente que luego y cobardemente, criticó esta acción que él mismo motivó.
Enseguida Biden le hizo un monumento verbal a la resistencia de la Constitución y a la fortaleza del país, y en tono suave, respetuoso y conciliador, pidió a los americanos dejar de lado las diferencias y unirse como pueblo en propósitos que les permita enfrentar los retos y la reconstrucción de una nación: “Seguiremos adelante con celeridad y urgencia porque tenemos mucho que hacer en este invierno de peligros y posibilidades. Mucho que reparar, mucho que restaurar, mucho que sanar, mucho que construir y mucho que ganar”, dijo.
Su llamado lo hizo después de jurar sobre una enorme y antigua biblia familiar que conservan desde 1893, en la que ha jurado también como senador y vicepresidente.
En toda ocasión, dejó testimonio de cada ceremonia en alguna de sus páginas. El antiguo ejemplar también lo usó su hijo fallecido cuando se posesionó como fiscal de Delaware.

En ese momento trajo al escenario al más temible enemigo del 2020 que produjo en un año igual cantidad de muertes que la Segunda Guerra Mundial, e hizo un desastroso balance de lo que el coronavirus causó: 405.400 muertes a enero 20 de este año, millones de empleos perdidos y miles de empresas cerradas.
Y fue aquí cuando le advirtió al terrorismo interno que lo enfrentará con todo su poder hasta derrotar el extremismo político y la supremacía blanca. “Superar estos desafíos, restaurar el alma y asegurar el futuro de Estados Unidos exige mucho más que palabras.”

Recordando a Lincoln mientras firmaba el Acta de Emancipación, Biden indicó que pondría toda su alma para unir al pueblo y a la nación de Estados Unidos, pidiendo a cada ciudadano comprometerse con esta causa “para luchar contra los enemigos que nos esperan: la ira, el resentimiento, el odio, el extremismo, el desorden, la violencia, la enfermedad, el desempleo y la desesperanza.”
Fue un momento vibrante de alta sensibilidad en donde explicó que sólo la unidad les permitiría hacer grandes e importantes cosas: “Podemos enmendar los errores, dar buenos empleos a la gente, enseñar a nuestros hijos en colegios seguros. Podemos superar este virus mortal, recompensar el trabajo, reconstruir la clase media, asegurar la asistencia sanitaria para todos, garantizar la justicia racial y convertir de nuevo a Estados Unidos en la principal fuerza del bien en el mundo.”
Los aplausos de las apenas mil personas que asistieron a aquel acto renovador, parecían simples, pues la inmensidad del sitio estuvo gobernada por el frío, y el silencio apenas fue roto por las tímidas expresiones de respaldo.
Acostumbrado a los grandes actos de gobierno y muy dueño de sí, Joe Biden, mesurado, paciente, asertivo, continuó resaltando la unidad como única salida a la explosiva polarización que vive el país: “La política no tiene por qué ser un incendio voraz que destruye todo lo que encuentra en su camino. Cualquier disensión no tiene por qué ser causa de guerra total. Y debemos rechazar una cultura en la que se manipulan e incluso se fabrican los propios hechos.”

Haciendo memoria de los sucesos más duros de la historia norteamericana, el demócrata católico regresó a la toma del Capitolio que pretendía desconocer la voluntad de unas elecciones para frenar el funcionamiento de la democracia, sentenciando que “eso no sucedió, y nunca sucederá. Ni hoy, ni mañana, ni nunca.”
Después se dirigió a los ciudadanos republicanos a quienes les pidió una oportunidad para dar a conocer su trabajo y las intenciones de su corazón, manifestando respeto por las diferencias, porque es ahí, dijo Biden, donde radica la grandeza de la democracia. Y concluyó: “Escúchenme con claridad: el desacuerdo no debe conducir a la desunión. Les prometo esto: seré presidente de todos los estadounidenses. Lucharé con la misma fuerza por los que no me apoyaron como por los que sí lo hicieron.”
Y luego explicó lo que significa estar unidos:
“Entiendo que muchos estadounidenses vean el futuro con miedo e inquietud. Entiendo que estén preocupados por su trabajo, por cuidar a su familia, por lo que vendrá a continuación. Lo comprendo. Pero la respuesta no es encerrarse en uno mismo, no es replegarse para formar facciones enfrentadas, no es desconfiar de los que no se parecen a ti, de los que no rinden culto como tú, de los que no reciben las noticas de la misma fuente que tú.
Tenemos que poner fin a esta guerra civil que enfrenta al rojo con el azul, a lo rural con lo urbano, a los conservadores con los liberales. Podemos hacerlo si abrimos nuestras almas en vez de endurecer nuestros corazones, si mostramos un poco de tolerancia y humildad, si estamos dispuestos a ponernos en el lugar de otra persona solo por un momento.
Necesitaremos toda nuestra fuerza para superar este oscuro invierno. Vamos a entrar en el que podría ser el periodo más oscuro y mortal de este virus. Debemos dejar a un lado la política y enfrentarnos por fin a esta pandemia como una nación.”
Y casi al final de su primera intervención como presidente de los Estados Unidos, un resplandeciente y optimista Joe Biden envió un mensaje de paz, de progreso y de seguridad a los países del mundo, en un poderoso y solitario párrafo donde lo dijo todo:

El retorno a la OMS y al acuerdo de París
“El mundo nos está mirando hoy. Este es mi mensaje para aquellos más allá de nuestras fronteras: Estados Unidos ha sido puesto a prueba y ha salido de ello reforzado. Repararemos nuestras alianzas y nos relacionaremos con el mundo otra vez. No para enfrentarnos a los retos del pasado, sino a los del presente y a los del mañana. Y no solo predicaremos con el ejemplo de nuestro poder, sino con el poder de nuestro ejemplo. Seremos un socio fuerte y fiable para la paz, el progreso y la seguridad.”

Finalmente, con voz serena reconoció que Estados Unidos pasa por un duro momento de prueba enfrentando un ataque contra la democracia y la verdad, resistiendo a un virus implacable, a un aumento de la desigualdad, al aguijón de un racismo despiadado, a una crisis climática y a un mal papel de Estados Unidos en el mundo.
Y cuando agradeció a Estados Unidos y puso punto final a su bien planeado discurso, el mundo que lo escuchaba atentamente y que está afligido, golpeado y nervioso por las muertes y los destrozos económicos que produce la pandemia, respiró más tranquilo…ahora, a vencer al coronavirus!




























