Foto: Twitter @susymadrig – Bogotá
Enfundado en una anatomía de hombre mayor, Joan Manuel Serrat pisó el escenario de Bogotá y de inmediato se encendió aquella chispa urgente e invisible que flotaba en el ambiente, con la que se conectó a una audiencia viva que disfrutó cada palabra y cada nota de este histórico y nostálgico concierto…al final sólo una cosa supe: el Serrat de hoy no es apto para todos los públicos. Hay mucha poesía y banderas esparcidas y agitadas desde hace tanto tiempo y por tan disímiles causas, que cualquier espectador no alcanza a vibrar y a emocionarse con sus profundas interpretaciones. Serrat! Serrat! Gritamos todos, mientras lo acogíamos con un largo y vibrante aplauso.
Aquel miércoles 25 de mayo de 2022 se convirtió en el día más lejano y anhelado de una manada de personas adultas que íbamos perdiendo la paciencia por la lentitud en que los días fueron pasando hasta dejarnos en la puerta del auditorio Arena de Bogotá, donde aquella noche Joan Manuel Serrat nos convocó para decirnos gracias y hasta siempre…fue su última presentación en esta ciudad que tantas veces lo recibió con entusiasmo desbordante.
El público de pelo blanco que mayoritariamente pasábamos los sesenta y algunos incluso arribando a los ochenta, llegamos con nuestras chaquetas gruesas buscando entre la fila amigos contemporáneos para darnos el abrazo de siempre. Y allí estaban. Y nos vimos y compartimos cervezas en el alegre y bullicioso pasillo del coliseo en medio de una pasarela de personas que entre felices y ansiosas esperamos cotorreando en corrillos, casi hasta el inicio del concierto.
Y cuando la música y la letra del “Romance de Curro el palmo” con la que inició este ritual del alma invadió aquel espacio (La vida y la muerte bordada en la boca tenía Merceditas la del guardarropa….), y el cantautor catalán que nos acompaña en esta vida desde nuestra incipiente juventud entró en escena, la máquina de los recuerdos y de la nostalgia nos golpeó con fuerza y nos mostró de dónde venimos y hacia dónde vamos. En esta primera pieza musical nos echamos a cantar en coro: Ay, mi amor, sin ti no entiendo el despertar. Ay, mi amor, sin ti mi cama es ancha. Ay, mi amor que me desvela la verdad. Entre tú y yo, la soledad y un manojillo de escarcha…

Desde ahí nos empezamos a romper en pedazos. Serrat, con los ojos cerrados, embriagado de emoción profunda y conectado con nuestra presencia, sintió desde el primer instante que lo que estaba pasando en Bogotá no era el concierto del adiós…era su reencuentro con una gavilla de románticos revolucionarios eternos, que junto a él forjamos nuestras vidas con todo su rigor y la alegría que de vez en cuando también nos besa en la boca.
El cantor que resucitó a Machado, invadido por una poderosa oleada de afecto y camaradería, y como si estuviera en la sala de su casa, continuó con su repertorio y nos devolvió en el tiempo para cantarnos su niñez con un tren de vagones de lata roto entre dos estaciones, donde cuatro ombligos al viento volaban mientras robaban uvas y maíz, chupando caña y regaliz…“creo que entonces él era feliz”.
Serrat, que es dueño de las canciones inmortales, nació en Barcelona el 27 de diciembre de 1943 y a los 79 años nos sigue conmocionando como si fuera la primera vez y así lo sentimos al interpretar con aquel sarcasmo y humor negro de siempre la canción “Señora”, compañera de nuestros malqueridos romances: Póngase usted un vestido viejo y de reojo en el espejo haga marcha atrás, señora. Recuerde antes de maldecirme, que tuvo usted la carne firme y un sueño en la piel, señora.
Luego soltó una carga de melodías entrañables: Penélope, Lucía, No hago otra cosa que pensar en ti, Algo personal, Nanas de las cebollas, Canción de Cuna (Por la mañana rocío), Para la libertad, Hoy por ti mañana por mí, Hoy puede ser un gran día.
En este desfile de canciones emblemáticas, pasamos de estar sentados en un banco de estación de tren con la mujer que lleva un bolso de piel marrón, zapatos de tacón y su vestido de domingo, a soñar con la sombra de Lucía que se acuesta en mi cama con la oscuridad, entre mi almohada y mi soledad.
Joan Manuel, quien nos entrega cada estrofa y cada nota de sus canciones con su corazón en la mano, nos apachurra el alma. Pero no hay tristeza, estamos felices de cantar otra vez junto a él.
Y seguimos: tomamos aire, serenamos el corazón y enfrentamos esa oleada de dolor y rabia que produce las “Nanas de la Cebolla” de Miguel Hernández y Alberto Cortez que Serrat interpreta lentamente y con toda la fuerza de su espíritu, cantándonos la historia de una mujer desamparada que alimenta a un niño hambriento que clava sus cinco dientes -sus cinco ferocidades-, en el vientre redondo y blanco de una cebolla para calmar el hambre con su dulce y picante sabor.
Este pasaje del concierto termina con la canción “Para la Libertad”, también del poeta Miguel Hernández, transformada por todos en una bandera reivindicadora, dueña de un remate poderoso que nos anima a seguir luchando hasta el final…“aún tengo la vida!”
En este punto Serrat se ha transformado…ya no es un hombre mayor. Él mismo es la canción madura y profunda que conmueve a todos, que nos transporta con sus letras a lugares y a momentos sarcásticos, íntimos o explosivos, con poemas a veces amorosos, desoladores, contestatarios o extremadamente solitarios. Es el amo de los sentimientos más auténticos y profundos que por décadas nos ha revolcado el alma y la cabeza.
Pero el concierto continúa y entre cada pieza musical siempre hubo un mudo suspenso que el público respetó expectante con la esperanza de que la próxima canción estuviera dentro de sus consentidas. Y así fue para mí. La espera fue rota por las notas que el maestro Ricard Miralles empezó a tocar destapando la carta que venía…“Es Caprichoso el Azar”.

El piano hace una tímida presencia con una delicada y sensitiva escala, creando un hondo momento que Serrat, encogiendo sus hombros y cerrando los ojos, aprovecha para iniciar con voz profunda y pausada una escalofriante interpretación narrando con cada palabra el momento inesperado entre un hombre y una mujer que sin querer se encuentran para encender el amor, ahora con saxofón romántico de fondo: Fue sin querer…Es caprichoso el azar. No te busqué, ni me viniste a buscar. Tú estabas donde no tenías que estar; y yo pasé, pasé sin querer pasar. Y me viste y te vi, entre la gente que iba y venía con prisa en la tarde que anunciaba chaparrón. Tanto tiempo esperándote…
Y cuando pensamos que ya todo estaba consumado y de pie aplaudíamos y chiflábamos en medio de un alboroto espontáneo y alegre, el codiciado encuentro con Joan Manuel Serrat se vino aún más arriba con la canción que nos sorprendió a todos en plena juventud y que continúa despertando emociones del pasado…porque te quiero a ti, porque te quiero, cerré mi puerta una mañana y eché a andar. Porque te quiero a ti porque te quiero, aunque estás lejos yo te siento a flor de piel. Tu nombre me sabe a yerba de la que nace en el valle a golpes de sol y de agua…es la canción que a muchos nos arrastró hasta el Serrat más puro y auténtico.
Queríamos más, porque son tantas las composiciones que nos gustan de este catalán, que tener un pase eterno para obligarlo a cantarlas todas debería ser una realidad. Y sonó esta otra desde el fondo de un cajón y Serrat en silencio, como un profesor de música jubilado, se desprendió de sus audífonos para escuchar como el público emocionado en una sola voz entonaba “Pequeñas Cosas”, provocando el momento más sublime de aquella noche inolvidable.

Pero además estuvo muy conversador. Primero bromeó con su repentina muerte en el escenario alentándonos a contar esa posible anécdota a los amigos y parientes…“yo estuve ahí, lo vi caer”, nos pidió que dijéramos con su acostumbrada risita socarrona.
Después nos habló de la música que se escribió para llevar guardada en los entresijos del alma por siempre. Canciones que nunca se olvidarán y que se vuelven parte de una historia personal e incluso colectiva. Y luego jugó con las piezas de autor, asegurándonos que a “la mujer que más quiero”, lo que más le gustaba era tomar ginebra y no bañarse cada noche en agua bendita. Y entre risas y chanzas sentenció que los compositores de canciones se tendrán que dedicar a permitir que la “música hable y la letra cante”, para darle sentido a este oficio.
Claro, es Serrat, un hombre que no pierde mucho tiempo hablando necedades y más bien pone puntos en las íes para templar la vida. Y quedó aún más claro cuando interpretó el himno del país de sus canciones…Mediterráneo: (si un día para mi mal, viene a buscarme la parca, empujad al mar mi barca con un levante otoñal y dejad que el temporal desguace sus alas blancas, y a mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo…)

Seguíamos ascendiendo por esa escalera de emociones y de recuerdos que se acumulan en las largas vidas de este público mayor que cantaba cada canción con la ilusión de un mozalbete de los 60, cuando Serrat se puso más serio que de costumbre y nos invitó a reflexionar sobre “Padre”, que corresponde a la quinta canción del álbum en catalán “Para mi amigo”, grabada en 1973. (“Padre, decidme qué le han hecho al rio que ya no canta. Decidme que le han hecho al bosque que no hay árboles. Sin leña y sin peces tendremos que quemar la barca. Labrar el trigo entre las ruinas, padre. Padre donde no hay flores no hay abejas, ni cera, ni miel. Padre que el campo ya no es el campo. Mañana del cielo lloverá sangre. Padre ya están aquí. Monstruos de carne con gusanos de hierro. Padre que están matando la tierra. Padre, dejad de llorar que nos han declarado la guerra”).
Padre nos estremeció. Nos llevó a nuestra tierra destrozada por la minería y desforestación desbordada. Padre en catalán tiene una música punzante que reclama acción. Padre dolió, y dolió mucho.

Y hubo aquí un silencio más largo, roto por aquella melodía inconfundible que nos introduce a la canción más entrañable: Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar…y nos volvimos una sola garganta y cerramos los ojos y cantamos a todo pulmón y recordamos a los amigos que se fueron y abrazamos a los amigos que teníamos al lado y una vez más dejamos toda nuestra pasión por Serrat en la última nota de Cantares.
Porque Cantares es la bandera de los caminantes que atraviesan campos, poblados y metrópolis olvidadas por muchos, llevando en su boca el estribillo que nos representa como hombres libres: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar…caminante no hay camino, sino estelas en la mar”.
El encuentro con Serrat estaba terminando, y sentir que quizá no volveremos a compartir con él estos momentos únicos, empezaba a generar muchos sentimientos de ausencia, pero nos sorprendió con un regalo maravilloso…nos cantó a su estilo una bellísima versión de la canción colombiana “El Cuchipe”, de Campo Elías Torres Pulido.
El final estaba a dos pasos y sonó “Fiesta”… “Se acabó, que el sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual…vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta…

Y en medio de poderosos aplausos llamó a sus músicos, que en fila recibieron larga ovación con pitos y gritos hasta que nos ganamos otra interpretación…Pueblo Blanco, una canción tan inmensa como una catedral gótica.
Lenta y dulcemente, los músicos y Serrat nos dieron de beber la última bocanada de poesía y música con la historia de un pueblo blanco “colgado de un barranco que a fuerza de no ver nunca el mar se olvidó de llorar”, y que remata con una estrofa magistral: “Si yo pudiera unirme a un vuelo de palomas y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás, juro por lo que fui que me iría de aquí…pero los muertos están en cautiverio y no nos dejan salir del cementerio”.
Entonces Joan Manuel Serrat cruza los brazos sobre el pecho hundiendo su barbilla entre sus manos, baja la cabeza, nos lanza un beso y se lleva en su corazón los aplausos y el eterno reconocimiento de una manada de mujeres y hombres mayores que han vivido sus existencias compartiendo largos y emotivos momentos con la poesía, la música y la inspiración que este cantautor catalán nos ha regalado a través de su vida.
Se encienden las luces. Los artistas se esfuman tras bambalinas y el público desocupa el coliseo canturreando sus letras, en medio de una felicidad que al mismo tiempo abriga el sentimiento de un doloroso adiós…Serrat hasta siempre!

Collage…


Mis amigos son gente cumplidora, que acuden cuando saben que yo esperoSi les roza la muerte disimulan, que pa’ ellos la amistad es lo primero…

























