El seis de marzo de 2020 una mujer procedente de Milán, Italia, fue reportada como la primera persona con coronavirus en el país y desde ese mismo momento el gobierno nacional y la alcaldía de Bogotá se trenzaron en una abierta confrontación por liderar ante la opinión pública el manejo de un virus que nadie conocía.

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Estamos en enero de 2021. Colombia no tiene liderazgo político y el débil pulso del gobierno apenas se siente en un insoportable programa de televisión que se implementó para intentar subir la imagen de un mandatario imperceptible, inexperto y controlado por poderosos intereses, y nunca para afrontar la tenebrosa pandemia.

Por esta fecha, los cuidados intensivos de todo el país están colmadas de enfermos, sufren un estrés indescifrable, tienen escasez de drogas y las cifras de muertos llegan a 50 mil.

Los médicos y el personal hospitalario, elevados a la categoría de héroes por el establecimiento, se quejan a diario por los pobres contratos que firman, por las largas y dramáticas jornadas que deben soportar y por la falta de acciones públicas que eviten el contagio.

Porque los contagios y el desorden ciudadano están desbordados y todos los planes de prevención y atención se esfuman ante una avalancha de errores políticos que afectan letalmente a una población desconcertada, rebelde y con miedo…mucho miedo!

La ilusión de la vacuna se transforma en un vergonzoso y turbio elemento de negocio público que beneficia a los amigos del poder y golpea a los contradictores de un régimen carente de imaginación política.

Colombia sufre…sin liderazgo, en medio de bandazos, donde lo urgente no es salvar vidas sino negocios, en un creciente mar de sangre por la desenfrenada ola de asesinatos contra ambientalistas, periodistas, líderes sociales, exguerrilleros, sindicalistas, maestros, niños y jóvenes a los que mataron sin tener un país que los cuidara y los protegiera.

Colombia es víctima de un de error político causado por la locura y la ambición de mantener el poder a cualquier costo y con cualquier remedo de personaje público.

En nuestro panorama, la pandemia es el mal menor. Son los políticos avaros que se creen dueños del país y de sus gentes los responsables de su catastrófico presente, donde el coronavirus fácilmente destroza todo lo que encuentra a su paso.

Las carpas políticas en las que se mueven como malabaristas y saltimbanquis las extremas políticas con más de tres funciones diarias transmitidas en directo por los desafortunados medios gobiernistas, agitan sin escrúpulos sus banderas de odio y revanchismo sin importarles de ninguna manera el caos, la muerte y el sufrimiento que causa el covid-19 en sus electores.

De esta forma se perdió de vista que el enemigo común de todos es el coronavirus y en vez de unir todos los esfuerzos, recursos y voluntades públicas, políticas y ciudadanas, lo que se observa es una sucia y perversa guerra entre las dos orillas extremas que buscan desestabilizar los logros y aprovechar los errores con los que se generan acciones de rencor político y revanchismo.

La pandemia llegó a Colombia y de inmediato fue utilizada con una frialdad espeluznante por todos los actores políticos que aprovecharon el miedo y la muerte para convertirla en un discurso lleno de mentiras, desaciertos, acusaciones, ataques y malversaciones de recursos públicos que atizaron odios y corrupción.

Y mientras el colombiano del común perdía su empleo, los estudiantes se volvían virtuales, los informales se lanzaban a las calles en contra de todas las advertencias y las familias se encerraban con los pocos recursos que tenían, los políticos y los administradores del poder se daban codo buscando protagonismos absurdos y hasta criminales.

Y así, agazapados entre el caos que el virus ocasionó en cada ciudad, municipio o región, los políticos desenvainaron sus ambiciones promoviendo cobardes revocatorias contra mandatarios locales dedicados a sofocar la muerte. Lo peor, la motivación para esta acción sale directamente de las entrañas de los líderes de extrema.

Entonces de la mano del temible Covid-19 llegaremos a otro momento electoral que sin duda tendrá como protagonista una vacuna anunciada como una deslumbrante estrella de rock, que aún no da señales de aceptar su actuación.

Como país, estamos a punto de sufrir una hecatombe institucional que de no ser atendida a tiempo nos sepultará en un mar de furias que no podríamos superar, y en donde la democracia y lo institucional desaparecería para darle paso a un monopolio político conseguido con el poder del dinero y de las clases dominantes del país.

Entre tanto las vacunas parecen un eterno cuento de las mil y una noche…están lejos!

Colombia Sufre…